viernes, 11 de julio de 2008

Ser consciente de las cosas que en algún momento es bastante probable sucedan, no brinda ningún alivio, no te prepara ni te ayuda a aceptar cuando esa probabilidad está más cerca. El duelo interior es el mismo, y quizá se ve agravado por el hecho de que sabiéndolo en el fondo, nunca hiciste nada. Y en cosas como esta sólo queda agradecer por el tiempo que tuviste, que el tiempo siempre es inevitablemente poco, pero también siempre hay que saber disfrutarlo. Y en este momento, en este instante me detengo en la ráfaga de otro pensamiento, de una nueva perspectiva. Que sí, que algo se puede hacer. Que ante la falta de la magia que leemos en los cuentos y con la cual soñamos en lo más profundo de nuestros deseos, se puede tener esperanza. ¿Y de donde saco esperanza? Me pregunto. No, nadie me la va a regalar, nadie me la va a prestar hasta que no la necesite más. La esperanza la tengo que encontrar yo, y así también evitar la culpa por tener tan negras expectativas en algunos momentos. Se la puede encontrar en tantos lados diferentes, en los pensamientos más profundos y también en las cosas más simples, y siempre en las palabras de aliento o simplemente en el oído que te puede prestar un amigo. Esperanza, que bien puede ser fe en Dios, en el poder del amor que cura tantas cosas, que para mí muchas veces son la misma cosa. Y vuelve a mí el pensamiento de antes, que me plantea que si estoy recurriendo a algo tan ambivalente, tan abstracto como es la fuerza de un Dios o del amor, es que no puedo hacer nada. ¿Pero tiene que ser eso no hacer nada? Que hermoso, que reconfortante sería encontrar consuelo en creer que no, que es hacer todo y más, que es tener la fuerza de cambiar el mundo y despejar todas los miedos.
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